domingo, 11 de abril de 2010

Capítulo 2: El sábado a las 8

Por Teresita

La llamada del djembe resonaba en el campamento, anunciando el comienzo de una nueva jornada. Los golpes secos al instrumento eran la señal esperada para acercarse al lugar de encuentro donde cada día, a las 10 de la mañana, y a las cuatro de la tarde comenzaban los talleres.
Javi, Pauly, José Luis, Hugo, Eduardo, Matías, Anahí, Cristóbal, Antonella, Leo… uno a uno los niños y niñas de El Calvario comenzaron a decir su nombre, a medida que una madeja de lana verde saltaba a sus manos. Como si fuera una gran tela de araña, la lana se enredaba una y otra vez mientras nos presentábamos y rompíamos el tibio hielo inicial.

Poco a poco nos estábamos conociendo, y los nombres que en un comienzo se hacían difíciles de recordar, pronto se tornaron familiares y significativos. Más aún cuando las capacidades se ponían a prueba y las aptitudes de cada uno se expresaban en su plenitud. Mientras Cristóbal demostraba su destreza en el yoga matutino, Eduardo hacia evidente su histrionismo y habilidad para expresarse. Javi demostraba sus cualidades artísticas y su gran motivación; mientras Pauly evidenciaba su generosidad.


Había comenzado la primera semana y el campamento se llenaba de música, conversaciones, gritos, risas y entusiasmo. Eran días de conocerse y experimentar, donde algunos de nosotros, por primera vez en nuestra vida, trabajaríamos con niños y niñas, lo que se convertía en un desafío mayor y en toda una experiencia. Y fue por esos días cuando surgió la gran actividad que puso el broche de oro y llenó de sentido aquella semana en Cobquecura: el fogón El Calvario 2010.

Se prende el fuego

El repique de los instrumentos, los aplausos y la algarabía rompió de súbito el silencio en El Calvario. Entusiasmados y vociferando a todo pulmón una pegote consigna recorrimos en caravana cada rincón del campamento dejando la gran invitación. “El sábado a los 8, el sábado a las 8...”, repetíamos una y otra vez acompañados por el sonido del djembe, el agudo golpeteo del triángulo, la ligera nota de la clave, y el grave y profundo soplido del digiridoo.

De las casas de palo se asomaban los curiosos y sonreían los familiares de los niños y niñas que al ritmo de los instrumentos hacían el llamado para participar del gran evento de ese sábado 27 de marzo, a las 20 horas. Se trataba de un fogón donde ellos serían los protagonistas. Para eso se estaban preparando con bailes, marionetas, chistes, magia y una canción que ellos mismos inventaron.

Casa por casa, carpa por carpa, todos los habitantes de El Calvario recibieron la invitación que rompería la rutina de una noche y haría partícipe a la familia del trabajo de sus hijos e hijas. En una lluvia de ideas surgieron decenas de propuestas para presentar en esa noche especial, sólo algunas serían el plato fuerte de la jornada.

Con niños de hasta dos años, trabajando en plena naturaleza, y contra el tiempo del magno evento, sería un gran desafío preparar un buen número. El grupo de los más pequeños comenzó con una canción y terminó construyendo originales marionetas que serían los personajes de una entretenida historia. El material básico de los muñecos fueron las papas, y sus articulaciones, pequeños palitos encontrados en la tierra. Así, con una pizca de creatividad, y otro tanto de paciencia, fueron naciendo los animalitos de papa. Ellos serían parte de la Isla de Debla, un lugar mágico construido por ellos mismos, escenario de una historia, donde el amor, la solidaridad, y la generosidad serían los ingredientes.


En otro rincón, con Matías, Pato, José Luis y Eduardo en el elenco estable, comenzó a nacer la canción que poco a poco se convertiría en el hit del campamento. Patricio, con sus notables aptitudes musicales, fue el encargado de poner el ritmo con el djembé; Matías, el gran ideólogo de la letra, tocó el triángulo; Eduardo, con la clave en mano, fue el director de orquesta; y José Luis, el incomparable maestro de ceremonia del fogón, tocó el digiridoo, y con su gran personalidad puso la nota de humor, presentando a los músicos con un particular estilo. Ellos, además de la tía Tere en la paila sin huevos, la tía Magda en las palmas, y uno que otro niño o niña que ensayaba más de alguna vez, lograron la canción El movimiento.

“Yo estaba en mi cama
Durmiendo muy tranquilo
De un salto a la ventana
A las 3 de la mañana

Coro: Y nos movimos, y nos movimos
Nos movimos, nos movimos, nos movimos
Al ritmo del terremoto, moto, moto, moto, moto, moto
Salí arrancando en moto
Del fuerte terremoto

Nos tomamos de la mano
Y subimos al Calvario
Había alerta de tsunami
Y lloró hasta mi mami”

La esperada noche del sábado llegó súbitamente. La semana había pasado muy rápido y la motivación de gran parte de los días fue preparar el show, lo que aumentaba la ansiedad y generaba algo de nerviosismo. Aquella mañana, un entusiasmado tío Pato, puso la combi en acción. Conectando un micrófono a la radio, y con una decena de niños y niñas que entraron casi atropellándose al vehículo, comenzó el singular recorrido entre las mediaguas. Los tripulantes a todo pulmón repitieron la consigna de días atrás, y la invitación volvió a cobrar vida: "el sábado a las 8, el sábado a las 8.…" Vociferaban entre risas los pequeños, entusiasmados por este viaje soñado en ese mágico auto de colores, que diariamente veían estacionado.




A toda máquina comenzaron los preparativos. El libreto para los presentadores; seleccionar y envolver los regalos para cada participante; idear y armar el escenario; buscar leña para el fuego; y ensayar por última vez antes del gran estreno. Así, cuando el sol estaba a punto de esconderse empezaron a llegar los invitados. Tíos, hermanos, primos, mamás, papás, o simplemente vecinos, se distribuyeron en grupos, tímidamente alrededor del fuego.




Poco a poco la timidez se fue disipando, más aún cuando entró en escena un efusivo tío pelaito. Con las cuerdas vocales en su máxima intensidad se escuchó hasta en la lobería el cántico de La familia sapo, y luego el Chuchuguá, clásicas danzas que los niños y niñas ya estaban acostumbrados a bailar y que ayudaron a romper el hielo.




Las palabras de bienvenida y agradecimiento, dieron el paso al baile, donde las niñas, a cargo de tía Berni y tía Feña, se movieron al ritmo del tambor, alzando al viento unos coloridos pajaritos de papel. Luego llegó el turno de las marionetas, y más tarde de los chistes, con la actuación de José Luis y el gran invitado de la noche: Leito. Con sólo cuatro años y una enorme personalidad, sacó carcajadas con sus fantásticas historias.







La noche continuó entre danzas, y el ansiado número de los magos, Los Cuatro Terremotines. Eduardo se movía nervioso esperando su turno, pues el truco del vaso con agua había pasado por frustrados ensayos y mucha inseguridad de sus compañeros de equipo. Pero nada de eso desmotivó al mago Eduardo, que con mucha perseverancia, y el apoyo de Hugo, se terminó luciendo en el escenario.







La canción El Movimiento, puso el broche de oro a la jornada. Como nunca antes, todos los niños y las niñas del campamento, además de los tíos y tías, cantaron el tema a todo pulmón, con repetición incluida. Las risas que surgían naturalmente con la letra de la canción, eran la demostración del humor como receta infalible para aplacar la angustia y hablar de un hecho traumático, como el terremoto, con más naturalidad y menos miedo.




El calor del fuego comenzó a disminuir y las llamas se transformaron poco a poco en brasas, indicando que la gran noche estaba llegando a su fin. Después de ensayos, ansiedad y mucha motivación, el fogón del sábado a las 8, había sido un éxito. La actividad fue el resultado del trabajo en equipo, de constancia, y una gran cuota de entusiasmo, y fijó el norte de la primera semana en El Calvario. Sin que lo hubiésemos imaginado, se convirtió además en el cierre de una etapa, en la despedida para algunos y en la cuota de energía necesaria para seguir trabajando una nueva semana. Un cierre que se hizo más patente el lunes cuando el paisaje de El Calvario cambió abruptamente.


Continuará...

jueves, 8 de abril de 2010

Capítulo 1: Arriba de la combi

Por Teresita

La Volskwagen Combi resiste los embates del camino a paso seguro, esquivando grietas y subiendo empinadas cuestas, sin que el peso del equipaje amarrado sobre su lomo logre detenerla. Tiene más de diez años de vida y decenas de viajes a cuestas, experiencia suficiente para sortear desvíos, cortes de camino, y llegar sin contratiempos a destino. Las largas horas de pavimento, ripio y baches llegan a su fin cuando se observa a un costado de la vía el anuncio de Bienvenido a Cobquecura.

A nuestro alrededor un pueblo patrimonial ajado por la fuerza de la naturaleza, siglos de historia destruida, casas de escritores y célebres personajes en el suelo. El adobe descansa en las veredas, esperando que alguien lo expulse definitivamente de una localidad donde ya no es bien recibido, como si fuera el culpable de una desgracia que tiene al patrimonio entre la vida y la muerte.

Más arriba, el cerro El Calvario observa incólume el panorama. Desde su cumbre se puede apreciar la geografía de Cobquecura en plenitud: mar, cerros y verdes planicies configuran un paisaje idílico que desde allí esconde los vestigios de la destrucción. Ese lugar, que en el pasado fue un internado jesuita, hoy se ha convertido en el refugio para decenas de habitantes, quienes en la altura, lejos del mar, se sienten seguros de las constantes réplicas y de los rugidos de las olas, que con su bravura aumentan el temor por un eventual tsunami que el 27 de febrero no llegó.

Los principales protagonistas de ese improvisado campamento de carpas y mediaguas en la altura de El Calvario, son los niños y las niñas que desde el día del terremoto le han dado vida a ese lugar abandonado. Entre la tierra que se esparce por doquier, los bosques de eucaliptos y las plantaciones de papas, ellos juegan con entusiasmo. Es tal la alegría que entregan que resulta difícil creer que muchos de ellos perdieron sus casas, o acompañan a sus padres hasta que el miedo disminuya y así puedan bajar nuevamente a su hogar.

Y es a esa realidad que llegamos aquel lunes 22 de marzo por la tarde. Nuestras carpas, energía y entusiasmo se instalaron rápidamente en un rincón del campamento, donde hace unos días tres de nuestros amigos ya habían formado ese verdadero hogar en la naturaleza. Los palitos que gentilmente don Rosen dejara -y otros tantos que nosotros buscáramos-, servirían para hacer diariamente el fuego y así calentarnos y cocinar. El agua del estanque sería hervida; y la de la vertiente que corría por la casa de la señora Marcela serviría para aplacar la sed. La naturaleza pronto se convertiría en nuestro baño, y las botellas con agua hervida, en algunos casos, serían la ducha.


Así, disfrutando del contacto directo con la naturaleza y de la vida en comunidad, nos establecimos durante dos semanas en el Calvario. 14 días para acompañar, participar y entregar cariño. Y 14 días para aprender, escuchar y recibir inyecciones diarias de alegría.

Continuará....



lunes, 5 de abril de 2010

Queridos amigos y amigas
Porque creemos que muchas veces las imágenes dicen más que las palabras, les presentamos un recuento fotográfico de lo vivido las dos últimas semanas en el campamento El Calvario, de Cobquecura. Una experiencia enriquecedora, gratificante y llena de felicidad.


Nuestra querida Combi que nos llevó a Cobquecura

Berny y Cristobal en el taller de esculturas de barro

El yoga matutino

Anaís pintando un animal de papa

La obra de marionetas de papa, en el fogón del sábado 27 de marzo.

Cantando el hit del campamento, la canción El Movimiento, letra y música de los niños y niñas del campamento. Fogón del sábado a las 8.

Los niños y niñas del campamento con los tíos y tías de Colectivo Ruiles en el fogón del sábado.

Canal 13 entrevistando a Pianito. Pueden revisar la nota que hicieron sobre la labor del Colectivo en Cobquecura, en canal13.cl (en la pantalla deben hacer click en "últimos", hasta llegar a la nota "voluntarios en Cobquecura")

Nacho en el taller de grabados

La historia del cacique Turumpán en el comienzo de la búsqueda del tesoro. Tío Gota en el relato.

La primera pista de la búsqueda del tesoro: Casa Mía, poema escrito en la fachada de una casa afectada por el terremoto.

Una de las pistas estaba en la playa. Para algunos fue la primera vez que iban a la playa después del terremoto.

Una de las pistas favoritas de la búsqueda del tesoro: el restaurant El Manzano y sus ricas papas fritas.

Joaco relamiéndose las manos luego de participar en el taller de cacoadas
La actividad final antes de dejar el campamento. Hicimos una exposición con los trabajos de los niños y niñas. Las casas de palo -como ellos llaman a las mediaguas- fueron los soportes para las obras.